lunes, 13 de abril de 2020

Potencia orgásmica y pulsión de muerte


Potencia orgásmica y pulsión de muerte
Por Miguel Ángel Pichardo Reyes

Del mal-estar freudiano al mal-estar reichiano

La interpretación lacaniana que realiza Slavoj Zizek sobre “El malestar en la cultura” de Sigmund Freud, plantea que este mal-estar, es realmente un mal-del-ser; el núcleo ausente y traumático de la ontología. Sin embargo, más allá de esta visión hegeliana, podemos oponer la visión dialéctica y materialista de Wilhelm Reich, donde ese mal-estar, antes de tratarse de un cogito, se expresa como un mal-estar-en-el-cuerpo.

Efectivamente, como bien menciona Freud, el malestar “en” la cultura se revela reichianamente en un mal-estar-en-el-cuerpo. La existencia del Ser solo es posible por la realidad sintiente del cuerpo, encarnación del Ser en tanto temporalidad finita. Wilhelm Reich propondrá un revés del inconsciente cuando en su “Psicoanálisis y materialismo histórico” denuncia la metafísica burguesa del psicoanálisis. Reich buscará darle un sustento materialista al psicoanálisis, y este no puede ser otro que la fuerza de trabajo viviente marxista: el cuerpo pulsante.

Cabría mencionar que dicho materialismo no es el de la prevalencia de la materia sobre el espíritu, ni siquiera la negación del espíritu, sino el principio ético-material del cuerpo pulsante como fundamento vital de la realidad humana. Reich es éticamente materialista en tanto que afirma la positividad de la vida como potencia de la sociedad. Desde esta perspectiva, la denuncia de la negatividad material del cuerpo, esto es, la represión sexual, nos lleva a replantear el “malestar en la cultura” como un modo de producción cultural que niega la positividad del cuerpo, esto es, que antepone la Idea y el Absoluto hegeliano frente a la experiencia sensible del cuerpo pulsante, viviente y potencialmente orgásmico.

El cuerpo se revela éticamente como el objeto de opresión de la Idea, un atentado idealista de la vida, negadora de su voluptuosidad vitalista que se expresa de forma poéticamente violenta en el orgasmo sexual. El mal-del-ser lacaniano es realmente el mal-del-estar reichiano que reivindica la materialidad sintiente frente al cogito cartesiano, de donde abreva Jacques Lacan.

La entrada en escena del cuerpo en el corpus psicoanalítico no tendrá una buena recepción por parte de Sigmund Freud, quién en “Mas allá del principio del placer” apuntalará una supuesta “pulsión de muerte”, la cual será denunciada por Reich como una confirmación de una política conservadora y fascista en el seno del propio psicoanálisis. Quizás en la posición reichiana en contra de dicha pulsión se pueda determinar una posición política e ideológica, puesto que dicho planteamiento llevará a Freud a “tolerar” una serie de planteamientos políticos que se revelan como profundamente conservadores, sino es que fascistas y anti-revolucionarios.

El antagonismo conservador-revolucionario: Reagan contra Osho

Reich establecerá un antagonismo entre su propia versión materialista y dialéctica del psicoanálisis, como un freudomarxismo, a partir de la lucha teórica en contra de la “pulsión de muerte”, a la cual opondrá su tan reconocida “potencia orgásmica”. Las posiciones conservadoras y revolucionarias tendrán su antagonismo en la afirmación o negación de estos opuestos. Legitimar la decadencia sexual por una supuesta “pulsión de muerte” que opera biológica y metafísicamente en la historia, o la inmanente “potencia orgásmica” capaz de liberar al ser humano de esas “pulsiones de muerte” que someten al ser humano a la represión derivada del “mal-estar-en-la-cultura”.

Extrañamente, después de la muerte de Wilhelm Reich se inicia el movimiento contracultural en EE.UU. de donde emerge un movimiento feminista y hippie que plantea la liberación sexual y femenina a través de la experimentación libre del orgasmo. Este planteamiento, ajeno a cualquier revolución socialista, llegará a su clímax en el movimiento setentero de Bhagwan Shree Rajneesh, mejor conocido como Osho.

El movimiento neo-tántrico de Osho llevo el escándalo del orgasmo, la desnudez y la catarsis al seno mismo del conservadurismo mundial, pues será uno de los principales objetivos de las políticas conservadoras de Ronald Reagan. El antagonismo de Osho con Reagan se presentifica como el antagonismo entre la “pulsión de muerte” de Freud y la “potencia orgásmica” de Reich. No cabe duda que esta batalla fue ganada por el conservadurismo republicano que llevaría el neoliberalismo al mundo, la guerra contra Irak y Afganistán, así como a Trump a la presidencia.

La evidencia de este conservadurismo psicoanalítico emerge como síntoma-fantasma en las recientes reivindicaciones políticas de los neomarxistas tipo Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, o los lacanianos de izquierda, desde Slavoj Zizek hasta Ricardo Aleman. El tema es que desde el seno mismo de los disidentes freudianos, como los lacanianos, surge otra disidencia izquierdista dentro de los mismos lacanianos (una especie de dialéctica de la negación de la negación hegeliana). Esto no hace sino confirmar la apreciación reichiana sobre el conservadurismo de Freud y de los freudianos, tan bien expuesto por Michael Onfray en “Freud, el crepúsculo de un ídolo”.

La visibilización del conservadurismo fascista de Freud no trae buena prensa a los psicoanalistas. El mismísimo Reich fue víctima de dicho conservadurismo, no solo en la persona de Ernest Jones, sino de toda la Sociedad Psicoanalítica Americana, al acusar a Reich y apoyar a la FDA en su cacería de brujas en la época del macartismo. De forma muy clara, el caso de Wilhelm Reich expone al movimiento hegemónico del psicoanálisis norteamericano como profundamente conservador, autoritario y capitalista.

No hubo mejor opositor al conservadurismo psicoanalítico que la persona misma de Wilhelm Reich, y no ha existido un planteamiento originalmente izquierdista, socialista y marxista que el desarrollado en la época de la Economía Sexual y la SexPol. Quizá sea momento de regresar al Reich freudomarxista para reivindicar la “potencia orgásmica” como la vacuna contra el conservadurismo posfreudiano de la “pulsión de muerte”.

La “potencia orgásmica” reichiana reivindica a un sujeto en su capacidad hedonista de gozar-del-ser anteponiéndolo al mal-estar-del-ser. Mientras la postura freudiana de la “pulsión de muerte” justifica un orden social represivo y autoritario expresado en el deber-ser, el slogan reichiano subvierte el orden moral que sostiene el sistema capitalista, anteponiendo una moral otra que reivindica el gozo-del-ser como capacidad autogestiva del propio cuerpo.

Las subversión onanista del Otro

El gozo-del-ser supone la emancipación de la moral sexual religiosa, que efectivamente, prohíbe, condena y castiga esta posibilidad hedonista. El pecado de dicho acto es su semejanza con el onanismo, una especie de masturbación del ser. Esta sola posibilidad resulta altamente alarmante pues supondría la autonomía del cuerpo en tanto realidad sintiente autoerótica, una especie de autocontención erótica que priva de la necesidad del Otro.

En este sentido el onanismo subvierte el orden simbólico del Otro, pues el acto hedonista del gozo-del-ser se substrae a la dependencia del Otro. Y no es que no exista el Otro, o que se sepa que no existe, peor aún; “no necesito al Otro”, me soy suficiente a mi mismo/a. Este es el auténtico pecado onanista, la autosuficiencia. Esto puede ser esclarecido por la teología dogmática medieval. Los cristianos tenían dos grandes oponentes: los infieles y los herejes. El pecado más grande eran los herejes, pues estos surgían de las mismas filas de los fieles católicos. El hereje era una persona que no se sometía a los dictados de la Iglesia, y entonces tomaba su propio camino (este es el significado etimológico de herejía). Una forma de desprecio de la autoridad que ponía en suspenso la legitimidad del poder de la Iglesia.

El onanista es un hereje en el sentido de que no se somete al Otro, sino que tomando su propio camino desprecia al Otro en su acto hedonista de brindarse placer en su existencia sintiente. Dicho de otro modo, el sujeto hedonista que goza-del-ser es un sujeto de la potencia, de la plenitud autosatisfactoria, de un gozo ensimismado que atenta en contra de la sociabilidad de la obediencia al Otro.

Por el contrario, el sujeto de la falta, barrado por el lenguaje, sujeto-del-lenguaje, se encuentra sometido al Otro por el orden simbólico. Se trata un sujeto de la impotencia orgásmica, un sujeto sujetado al “deber-ser”, disminuido en su pulsación excitatoria por la castración simbólica del Nombre-del-Padre. El centro ausente de la ontología del sujeto es el postulado por el Freud de la “pulsión de muerte”.

En este sentido podemos distinguir un antagonismo ontológico por dos posturas sobre el sujeto: el de la falta y el de la potencia. En un lado el conservadurismo autoritario y fascista del sujeto en su falta-en-ser, y por el otro lado la postura revolucionaria, democrática y vitalista del sujeto en su potencia orgásmica que “goza-del-ser”.

El ateísmo materialista del Otro

Ahora bien, el sujeto de la potencia orgásmica que goza-del-ser no es un sujeto solipsista, antes bien su inherente hedonismo lo lleva más allá de la piel para encontrarse con el otro y no con el Otro. El encuentro piel-a-piel antepone la relación con el otro como un modo de inversión de la energía libidinal. Esta heteronomía libidinal supone un sujeto de la inmanencia del encuentro material con el otro, antes que de una metafísica del Otro. Podríamos decir que el sujeto de la potencia orgásmica en este encuentro piel-a-piel con el otro es fundamentalmente ateo, en el sentido de que es apático al Otro, o antes bien, desconoce al Otro como un vinculo legítimo para el goce-del-ser.

El Otro se revela como un obstáculo para este goce-del-ser, pues éste exige el sacrificio del goce como condición de existencia en el marco de la elección divina, de lo contrario esto supondría la exclusión del amor divino. En este sentido, el ateísmo del sujeto del orgasmo se manifiesta como un desinterés hacia ese vínculo trascendental, optando por el encuentro piel-a-piel con el otro que también se manifiesta en su potencia orgásmica inmanente. Podríamos decir que se trata de un ateísmo metafísico de Otro, para afirmar la inmanencia de la vida que pulsiona a través de la potencia orgásmica en el encuentro horizontal piel-a-piel con el otro.

Sin embargo no nos encontramos con la dicotomía ateísmo materialista versus teísmo metafísico. Muy por el contrario, el sujeto capaz de gozar-del-ser encuentra su asidero en el planteamiento místico del tántrika, pues se trata de una práctica del encuentro con la divinidad desde el piel-a-piel con el otro. Es en esa inmanencia material, en esa unión orgásmica de fusión de los cuerpos deseantes donde se accede a la trascendencia de Shiva y Shakti.

Sabemos que Osho fue uno de los personajes más controvertidos del movimiento New Age y de la contracultura, y fue el quien popularizo el neo-tantra en Occidente. Mientras que la administración conservadora de Ronald Reagan propugnaba por la abstinencia sexual, en el lado opuesto estaba Osho con su equipo facilitando catarsis neo-tántricas desnudos. El despliegue político, mediático y jurídico liderado por el FBI contra Osho se encontraba en parte motivado por verse amenazados lo intereses de grupos conservadores y evangélicos.


Contrario a la visión conservadora de una cruzada contra el ateísmo materialista marxista-leninista iniciado en la época de macartur, la cruzada de Reagan fue en contra del ateísmo inmanente de Osho, pues este amenazaba a las religiones establecidas a partir de una teología inmanente donde ese Dios-Otro realmente se encontraba en uno mismo. El ateísmo de Osho se resumía en: tu eres Dios, tu eres ese Otro. Esta íntima cercanía con el Otro hacía del cristianismo evangélico una mera especulación metafísica con visos de ficción. Osho logró instalar un ateísmo en el sentido marxista del término; un ateísmo con respecto a los dioses que legitiman un orden social injusto. De hecho, la opuesta revolucionaria fue la construcción de la Ciudad de Dios, pero no del Dio Otro, sino una comuna donde todos y todas eran Dioses.

domingo, 12 de abril de 2020

La insatisfacción sexual de las mujeres


La insatisfacción sexual de las mujeres
Por Miguel Ángel Pichardo Reyes

La moral sexual religiosa es un dispositivo ideológico de extracción de la energía sexual. Tal como se ha presentado históricamente, las normas morales en materia sexual han servido a un orden socioeconómico opresor, caracterizado por el desprecio y odio hacia el cuerpo, la sexualidad y las mujeres. Este orden moral ha propiciado el abuso y la violación sexual a través de una serie de disciplinas (ascética) corporales a los cuales son sometidos los hombres, las cuales tienen consecuencias desastrosas en la constitución sexual del sujeto.

Pero aún más, el orden moral sexual necesita de un ambiente cultural, un terreno fértil donde prosperar, ese terreno fértil lo ha sido, desde hace más de 1,500 años, el cristianismo. Cabe decir que fue el emperador Teodosio I quién diseño una política imperial basada en la represión sexual, como una forma de extirpar en la subjetividad colectiva el orden moral de la sexualidad pagana. Hasta ese momento lo sexual no había estado en el centro de la espiritualidad y las teologías de las primeras comunidades cristianas, muy por el contrario, los temas morales se encontraban supeditados a la solidaridad con los pobres y excluidos, surgidos de una experiencia viva y directa con el arquetipo del Salvador que se presentaba en los múltiples evangelios que circularon durante los tres primeros siglos de la era cristiana.

La década del 1390 fue fundamental en la historia de la sexualidad de Occidente, pues fue ahí donde se implemento un régimen de represión y persecución sexual llevada hasta extremos nunca sospechados. A partir de ese momento la moral sexual teodiseana se incorporó como parte de la teología moral católica, siendo en la actualidad la principal fuente de represión sexual y el origen de una epidemia sexopática que ha devenido en abusos, violaciones, feminicidios y miseria sexual.

Mientras los hombres han sido sujetos de estas políticas de represión sexual religiosa, las mujeres han sido el objeto de dicha represión, esto es, son los hombres quienes tienen el deber divino de reprimir sexualmente a las mujeres para garantizar la pureza moral de la familia, la Iglesia y la sociedad.

Las políticas sexuales que surgieron de aquellas reformas morales de Teodosio I y sus continuadores, lograron anudar la moral sexual religiosa a una moral que disciplinara los cuerpos en el ámbito doméstico. De esta forma la familia se erigió como el principal garante de dicha moral, aplicando una serie de dispositivos educativos y sancionadores que durante más de 1,500 años han moldeado nuestra subjetividad colectiva.

Los efectos debastadores y perversos de dicha moral se han dejado ver de a apoco, especialmente por una serie de movimientos sociales que han visibilizado la negatividad ética de un orden social e institucional injusto, que atenta en contra de la propia vida pulsional del cuerpo. Aunque la política sexual se imponga desde los aparatos ideológicos, es la familia donde opera dicha política sexual, de forma particular a través de la educación moral que se ejerce sobre los cuerpos sexuados de sus integrantes.

La familia son los ojos ideológicos del gran Otro que se inmiscuye en los asuntos privados y personales de la familia. La visión de un Dios todo poderoso, creador de todo lo visible y lo invisible, que todo lo ve, lo juzga, lo condena y lo castiga, se establece como una estructura superyóica y paranoica que opera biológicamente a través de la inhibición, mecanismo al cual también estará sometido el psiquismo, productor del lo inconsciente reprimido.

El objeto de esta triada tiránica: política sexual, familia autoritaria, educación moral, será el cuerpo femenino, pues es el garante patriarcal del patrimonio, en este caso, de la descendencia a través de la cual podrá heredarse la propiedad privada, garantizando la sobrevivencia genealógica del clan. El tema con todo esto es la negatividad intrínseca de esta triada perversa; la sumisión sexual de las mujeres. La paradoja que evidencia esto consiste en la doble moral sexual, pues mientras se exhibe la pureza sexual de las mujeres de la familia, a su vez se abusa sexualmente de ellas en el seno del secreto familiar.

Wilhelm Reich dirá que la represión sexual tiene como objetivo formar sujetos sumisos y obedientes, esto es, procurar la inducción de ciertos rasgos masoquistas en la población. Esta sumisión sexual es lo que las feministas han denunciado como un orden patriarcal de dominación sexual. La propuesta feminista y también freudomarxista neoreichiana consiste en la emancipación sexual de los cuerpos femeninos.

Desde un punto de vista psicosocial, la represión sexual femenina ha traído consigo una serie de problemas emocionales, mentales y sexuales que se han convertido en una pandemia sexopática: traumas sexuales, represión, odio sexual, insatisfacción, culpa, vergüenza, suicidios, autolesiones, baja autoestima, anorexia y bulimia, entre otros.

Ya Wilhelm Reich anunciaba lo que en la actualidad la Psicoterapia Analítica Neoreichiana propone como una terapéutica sexual basada en la emancipación de la moral sexual religiosa. Esto ha sido sumamente difícil en nuestra sociedad, puesto que los modelos tradiciones de familia autoritaria siguen estando vigentes, contando con todo el apoyo ideológico de grupos conservadores y fascistas.

Muchas mujeres descubren este tipo de sufrimiento subjetivo en su corporalidad sexuada a partir de la socialización de su sexualidad. La escucha de insatisfacción y satisfacción sexual de otras mujeres les ha permitido evaluar su condición sexual, muchas veces invisibilizada y normalizada por un discurso masculino acusador, ya sea por una pobre potencia sexual masculina, ya por un régimen de abstinencia sexual autoimpuesta. Esta socialización ha llevado a muchas mujeres a realizar una lucha sexual, pues se dan cuenta de que en ellas reside una potencia orgásmica hasta ahora culposamente resguardada.

El hecho de que las mujeres hayan logrado identificar la fuente externa de su malestar, desideologizando la patologización normativa de la psiquiatría y psicologías a-críticas, ha posibilitado la emergencia de una búsqueda colectiva del eterno femenino proyectado en el arquetipo liberador de la Diosa y sus cultos lunares de fertilidad.

El reto psicoterapéutico consiste, a decir de Wilhelm Reich, en superar la moral sexual religiosa. Esto resulta doblemente problemático si consideramos que las creencias religiosas a través de las cuales se vehiculiza la represión sexual sigue siendo el mecanismo generalizado de educación familiar. En este sentido se explicita la antinomia que genera conflictos y culpas en las mujeres: ¿cómo seguir creyendo en un Dios y una Iglesia que atenta en contra de mi misma naturaleza? ¿cómo es posible sostener una serie de creencias que me llevan a la automutilación, la condena espiritual y la degradación moral? ¿qué es esta suerte de castigo el haber nacido mujer con un cuerpo sexuado? ¿será posible la redención desde este mismo horizonte religioso o se podrá superar?

La Psicoterapia Analítica Neoreichiana, intrínsecamente Sexoenergética, responde a este conjunto de preguntas de forma afirmativa; sí es posible superar la moral sexual religiosa. Es posible mediante un acto político fundamental: el ateísmo marxista. De acuerdo a la interpretación de Enrique Dussel, el ateísmo marxista no es un ateísmo a secas, muy por el contrario, el ateísmo marxista propone dejar de creen en el dios de los opresores, una suerte de ateísmo de la religión de Estado o del Imperio. Recordemos que los primeros cristianos fueron acusados de ateísmo por no rendir culto a los dioses del Imperio.


El acto radical no es tanto dejar de creer en Dios para sumergirse en un nihilismo, sino en negar la existencia del dios del Imperio, el Estado y la Iglesia, de tal forma que la represión sexual que se articula en sus creencias deje de tener eficacia. En este sentido podemos hablar de un ateísmo terapéutico, un acto político de desobediencia de las fuentes morales que oprimen la sexualidad.

sábado, 11 de abril de 2020

La anticoncepción moral: miedo y culpa sexual


La anticoncepción moral: 
miedo y culpa sexual
Por Miguel Ángel Pichardo Reyes

La propia institución del matrimonio se encuentra intrínsecamente orientada hacia la reproducción y la descendencia. La limitación sexual del matrimonio nos la proporciona la capacidad del embarazo. El miedo a dicho embarazo se instalará como la principal medida de anticoncepción moral. Este anticonceptivo psicológico inhibirá la capacidad de excitación, y con ello la restricción del placer. Por eso podemos entender como este anticonceptivo psíquico tiene su eficacia pre-sexual, pues este miedo mantiene a distancia la posibilidad del contacto físico, mucho más eficaz que cualquier otro anticonceptivo, puesto que evita el contacto, requisito para no pecar. Pero aún queda una pieza suelta, para la moral sexofóbica el pecado surge de la propia mente, en particular, del deseo. Para esto la culpa fungirá como un inhibidor intrínseco del deseo libidinal, apagando cualquier indicio de “malos pensamientos”.

Tanto el miedo al embarazo como la culpa del deseo libidinal, serán las formas como opera ideológicamente la moral sexual religiosa. Estos dispositivos psíquicos producirán sus estragos en la relación de pareja. Aun en la actualidad no es extraño constatar a un sinnúmero de parejas que padecen de esta disminución erótica, y con ello la imposición de un régimen de abstinencia sexual. Se trata de un régimen inconsciente autoimpuesto que opera a través del miedo, la culpa y la vergüenza, los principales enemigos de la excitación, el erotismo y el placer sexual.

Muchas parejas acuden a terapia debido a la disminución del erotismo y la excitación, muchas de ellas sobrellevando un régimen de abstinencia sexual. Muchas mujeres son sometidas a este tipo de régimen de abstinencia por sus parejas masculinas. ¿Qué sucede con un hombre que somete a su pareja a dicho régimen de abstinencia? Algunas causas inmediatas las podemos catalogar bajo la categoría de estrés. Muchos hombres ven disminuidas sus capacidades eróticas, excitatorias y sexuales debido a una sobre carga de responsabilidades y a una presión debido a las demandas, ya sean económicas, familiares, laborales o de salud.

El suministro de grandes dosis diarias y sostenidas de glucocorticoides generan un efecto adverso en los centros hipotalámicos del funcionamiento sexual, esto debido a que las moléculas de los neurotransmisores asociados al estrés son antagónicos a los del vínculo sexual. De esta forma los estresores psicosociales asociados a la explotación de la fuerza de trabajo supone una forma de castración sexual, favoreciendo la impotencia sexual en la intimidad. La explotación laboral de esta fuerza de trabajo es canalizada en el capitalismo hacia la producción, y con esto favoreciendo la generación de valor para quienes cuentan con la propiedad privada de los medios de producción.

El capital requiere de esta fuerza de trabajo sexual para producir excedentes y con esto ganancias. La fuerza de trabajo, debido a la demanda con la que cuenta va disminuyendo de a poco las reservas libidinales de hombre productivo. Y aquí embona perfectamente la desexualización de la pareja como virgen y embarazada, lo cual legitima la abstención sexual producida por la explotación de las reservas libidinales.

El régimen de abstención sexual favorece al capital, porque dispone de ese excedente de fuerza sexual para ser invertido como fuerza de trabajo en el proceso de producción del valor de las mercancías. El hombre workoholico representa el perfil ideal del capitalismo. Ahora el trabajo remunerado es la principal forma de castración sexual. A mayor riqueza de las mercancías y de su consumo, mayor la miseria sexual en el vínculo de pareja.

Sin embargo, más allá de la exploración de la fuerza sexual como fuerza de trabajo, existen otras series de operaciones ideológicas que se encuentran en la base de los regímenes de abstinencia sexual masculina en la relación de pareja. Como hemos mencionado, el amor romántico es otra de las formas culturales de castración sexual. El amor romántico y cortez erige el respeto sexual al objeto de deseo femenino como garante de la pureza sexual virginal, y con ello el incremento del valor moral de una mujer. El “darse a respetar” sexualmente es una de las operaciones ideológicas que reivindica el cuerpo sexuado “puro” como una mercancía de gran valor moral. El hombre tendrá que desplegar toda su educación tradicional basada en los modales medievales caballerescos para “darle su lugar” a la fémina doncella.

El disciplinamiento de los modales en las relaciones intergenéricas basadas en la caballería da cuenta de ese “respeto” irrestricto sobre la pureza física, erótica y sexual de la mujer. El deseo de un “caballero” supone, implícitamente, el deseo conflictivo de la restricción sexual y del anhelo de la desvirginización. Esta desvirginización conlleva la degradación del valor sexual de la doncella, por lo que tendrá que ser compensado con el esposorio. Sólo el vínculo matrimonial podrá devolverle su valor de cambio sexual. Mientras que en la virginidad el poder residía en un estado inmaculado, en la condición de esposa su valor depende de la posesión de un amo.

De alguna forma el mito de la virginidad le reconoce a la mujer el poder sexual que reside en su genitalidad, sin embargo dicho poder tiene que perderse a través del matrimonio, el cual, aunque le quita el poder le permite mantener su valor, pero ahora como esposa y madre. El poder ahora residirá en su capacidad reproductiva en la sumisión en las tareas del hogar y el cuidado de la prole.

Los cuidados que administra el novio hacia la novia mantiene activa la represión sexual, la cual opera ideológicamente como el aplazamiento del coito en la luna de miel. Dicho aplazamiento no es sólo una promesa, sino que opera como un programa, un hábito de autorestricción sexual que se prolongará en el matrimonio. El hombre autocontenido no se liberará sexualmente en el matrimonio, al contrario, tendrá que subsumir su fuerza sexual al trabajo para poder proveer de acuerdo al status de la propia clase social de pertenencia.

El poder sexual de hombre se ve revestido y sustituído por su capacidad de trabajo y de poder adquisitivo. De aquí que en el amor romántico sea común escuchar el deseo por un hombre trabajador, esto es, un hombres autocontenido sexualmente, capaza de reprimirse para orientar su fuerza sexual a la fuerza laboral en función del capital y del rol de proveedor dentro de la familia. No es extraño que el hombre workoholic sea un hombre romántico, que busca a un doncella a quien desvirginar para establecer una familia tradicional. El efecto secundario es el régimen de abstinencia sexual y la histerización de la pareja femenina.

La lógica caracterial del hombre proveedor que establece un régimen de abstinencia sexual se caracteriza por una serie de rasgos masoquistas de sumisión laboral que se manifiestan como una “queja patológica” de la sobre carga de estrés y de responsabilidades económica, lo cual justifica su abstinencia sexual. El otro aspecto común es la acusación, una forma de responsabilizar a la pareja femenina de su bajo deseo sexual: engordaste, ya te cuidas, no me excitas, no me atraes, etc. La queja y la acusación forman parte de los rasgos caracteriales de un masoquismo colectivo. La sumisión y la queja frente al amo combinados con la acusación hacia la pareja, conforman un complejo masoquista sexolaboral que mantienen y justifican el régimen de abstencionismo sexual.


Esta posición masoquista en la relación de pareja se empareja con la posición histérica de la mujer. La locura por histeria sexual que asalta a la mujer opera como un agravante en los conflictos sexuales de pareja, llevando el déficit sexual al campo de las relaciones emocionales. Esto es, detrás de los conflictos emocionales de pareja se esconde el régimen de abstención sexual. Las peleas acaloradas, los reclamos de la mujer hacia su pareja masculina de falta de contacto sexual, de la disminución del erotismo y el placer, y con ello la queja de un rechazo sexual, son sólo la punta de iceberg de estos complejo sexuales no resueltos.