Potencia orgásmica y pulsión de muerte
Por Miguel Ángel Pichardo
Reyes
Del
mal-estar freudiano al mal-estar reichiano
La interpretación lacaniana que realiza
Slavoj Zizek sobre “El malestar en la cultura” de Sigmund Freud, plantea que
este mal-estar, es realmente un mal-del-ser; el núcleo ausente y
traumático de la ontología. Sin embargo, más allá de esta visión hegeliana,
podemos oponer la visión dialéctica y materialista de Wilhelm Reich, donde ese mal-estar, antes de tratarse de un cogito, se expresa como un mal-estar-en-el-cuerpo.
Efectivamente, como bien menciona Freud,
el malestar “en” la cultura se revela reichianamente en un mal-estar-en-el-cuerpo. La existencia del Ser solo es posible por
la realidad sintiente del cuerpo, encarnación del Ser en tanto temporalidad
finita. Wilhelm Reich propondrá un revés del inconsciente cuando en su
“Psicoanálisis y materialismo histórico” denuncia la metafísica burguesa del
psicoanálisis. Reich buscará darle un sustento materialista al psicoanálisis, y
este no puede ser otro que la fuerza de trabajo viviente marxista: el cuerpo
pulsante.
Cabría mencionar que dicho materialismo
no es el de la prevalencia de la materia sobre el espíritu, ni siquiera la
negación del espíritu, sino el principio ético-material del cuerpo pulsante
como fundamento vital de la realidad humana. Reich es éticamente materialista
en tanto que afirma la positividad de la vida como potencia de la sociedad.
Desde esta perspectiva, la denuncia de la negatividad material del cuerpo, esto
es, la represión sexual, nos lleva a replantear el “malestar en la cultura”
como un modo de producción cultural que niega la positividad del cuerpo, esto
es, que antepone la Idea y el Absoluto hegeliano frente a la experiencia
sensible del cuerpo pulsante, viviente y potencialmente orgásmico.
El cuerpo se revela éticamente como el
objeto de opresión de la Idea, un atentado idealista de la vida, negadora de su
voluptuosidad vitalista que se expresa de forma poéticamente violenta en el
orgasmo sexual. El mal-del-ser lacaniano
es realmente el mal-del-estar
reichiano que reivindica la materialidad sintiente frente al cogito cartesiano, de donde abreva
Jacques Lacan.
La entrada en escena del cuerpo en el corpus psicoanalítico no tendrá una
buena recepción por parte de Sigmund Freud, quién en “Mas allá del principio
del placer” apuntalará una supuesta “pulsión de muerte”, la cual será
denunciada por Reich como una confirmación de una política conservadora y
fascista en el seno del propio psicoanálisis. Quizás en la posición reichiana
en contra de dicha pulsión se pueda determinar una posición política e
ideológica, puesto que dicho planteamiento llevará a Freud a “tolerar” una
serie de planteamientos políticos que se revelan como profundamente
conservadores, sino es que fascistas y anti-revolucionarios.
El
antagonismo conservador-revolucionario: Reagan contra Osho
Reich establecerá un antagonismo entre su
propia versión materialista y dialéctica del psicoanálisis, como un
freudomarxismo, a partir de la lucha teórica en contra de la “pulsión de
muerte”, a la cual opondrá su tan reconocida “potencia orgásmica”. Las
posiciones conservadoras y revolucionarias tendrán su antagonismo en la
afirmación o negación de estos opuestos. Legitimar la decadencia sexual por una
supuesta “pulsión de muerte” que opera biológica y metafísicamente en la
historia, o la inmanente “potencia orgásmica” capaz de liberar al ser humano de
esas “pulsiones de muerte” que someten al ser humano a la represión derivada
del “mal-estar-en-la-cultura”.
Extrañamente, después de la muerte de
Wilhelm Reich se inicia el movimiento contracultural en EE.UU. de donde emerge
un movimiento feminista y hippie que
plantea la liberación sexual y femenina a través de la experimentación libre
del orgasmo. Este planteamiento, ajeno a cualquier revolución socialista,
llegará a su clímax en el movimiento setentero de Bhagwan Shree Rajneesh, mejor
conocido como Osho.
El movimiento neo-tántrico de Osho llevo
el escándalo del orgasmo, la desnudez y la catarsis al seno mismo del conservadurismo
mundial, pues será uno de los principales objetivos de las políticas
conservadoras de Ronald Reagan. El antagonismo de Osho con Reagan se
presentifica como el antagonismo entre la “pulsión de muerte” de Freud y la
“potencia orgásmica” de Reich. No cabe duda que esta batalla fue ganada por el
conservadurismo republicano que llevaría el neoliberalismo al mundo, la guerra
contra Irak y Afganistán, así como a Trump a la presidencia.
La evidencia de este conservadurismo
psicoanalítico emerge como síntoma-fantasma en las recientes reivindicaciones
políticas de los neomarxistas tipo Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, o los
lacanianos de izquierda, desde Slavoj Zizek hasta Ricardo Aleman. El tema es
que desde el seno mismo de los disidentes freudianos, como los lacanianos,
surge otra disidencia izquierdista dentro de los mismos lacanianos (una especie
de dialéctica de la negación de la negación hegeliana). Esto no hace sino
confirmar la apreciación reichiana sobre el conservadurismo de Freud y de los freudianos,
tan bien expuesto por Michael Onfray en “Freud, el crepúsculo de un ídolo”.
La visibilización del conservadurismo
fascista de Freud no trae buena prensa a los psicoanalistas. El mismísimo Reich
fue víctima de dicho conservadurismo, no solo en la persona de Ernest Jones,
sino de toda la Sociedad Psicoanalítica Americana, al acusar a Reich y apoyar a
la FDA en su cacería de brujas en la época del macartismo. De forma muy clara,
el caso de Wilhelm Reich expone al movimiento hegemónico del psicoanálisis
norteamericano como profundamente conservador, autoritario y capitalista.
No hubo mejor opositor al conservadurismo
psicoanalítico que la persona misma de Wilhelm Reich, y no ha existido un
planteamiento originalmente izquierdista, socialista y marxista que el
desarrollado en la época de la Economía Sexual y la SexPol. Quizá sea momento
de regresar al Reich freudomarxista para reivindicar la “potencia orgásmica”
como la vacuna contra el conservadurismo posfreudiano de la “pulsión de
muerte”.
La “potencia orgásmica” reichiana
reivindica a un sujeto en su capacidad hedonista de gozar-del-ser anteponiéndolo al mal-estar-del-ser.
Mientras la postura freudiana de la “pulsión de muerte” justifica un orden
social represivo y autoritario expresado en el deber-ser, el slogan
reichiano subvierte el orden moral que sostiene el sistema capitalista,
anteponiendo una moral otra que reivindica el gozo-del-ser como capacidad autogestiva del propio cuerpo.
Las
subversión onanista del Otro
El gozo-del-ser
supone la emancipación de la moral sexual religiosa, que efectivamente,
prohíbe, condena y castiga esta posibilidad hedonista. El pecado de dicho acto
es su semejanza con el onanismo, una especie de masturbación del ser. Esta sola
posibilidad resulta altamente alarmante pues supondría la autonomía del cuerpo
en tanto realidad sintiente autoerótica, una especie de autocontención erótica
que priva de la necesidad del Otro.
En este sentido el onanismo subvierte el
orden simbólico del Otro, pues el acto hedonista del gozo-del-ser se substrae a la dependencia del Otro. Y no es que no
exista el Otro, o que se sepa que no existe, peor aún; “no necesito al Otro”,
me soy suficiente a mi mismo/a. Este es el auténtico pecado onanista, la
autosuficiencia. Esto puede ser esclarecido por la teología dogmática medieval.
Los cristianos tenían dos grandes oponentes: los infieles y los herejes. El
pecado más grande eran los herejes, pues estos surgían de las mismas filas de
los fieles católicos. El hereje era una persona que no se sometía a los
dictados de la Iglesia, y entonces tomaba su propio camino (este es el
significado etimológico de herejía). Una forma de desprecio de la autoridad que
ponía en suspenso la legitimidad del poder de la Iglesia.
El onanista es un hereje en el sentido de
que no se somete al Otro, sino que tomando su propio camino desprecia al Otro
en su acto hedonista de brindarse placer en su existencia sintiente. Dicho de
otro modo, el sujeto hedonista que goza-del-ser
es un sujeto de la potencia, de la plenitud autosatisfactoria, de un gozo
ensimismado que atenta en contra de la sociabilidad de la obediencia al Otro.
Por el contrario, el sujeto de la falta,
barrado por el lenguaje, sujeto-del-lenguaje,
se encuentra sometido al Otro por el orden simbólico. Se trata un sujeto de la
impotencia orgásmica, un sujeto sujetado al “deber-ser”, disminuido en su pulsación excitatoria por la
castración simbólica del Nombre-del-Padre.
El centro ausente de la ontología del sujeto es el postulado por el Freud de la
“pulsión de muerte”.
En este sentido podemos distinguir un
antagonismo ontológico por dos posturas sobre el sujeto: el de la falta y el de
la potencia. En un lado el conservadurismo autoritario y fascista del sujeto en
su falta-en-ser, y por el otro lado
la postura revolucionaria, democrática y vitalista del sujeto en su potencia
orgásmica que “goza-del-ser”.
El
ateísmo materialista del Otro
Ahora bien, el sujeto de la potencia
orgásmica que goza-del-ser no es un
sujeto solipsista, antes bien su inherente hedonismo lo lleva más allá de la
piel para encontrarse con el otro y no con el Otro. El encuentro piel-a-piel antepone la relación con el otro como un modo de inversión de la
energía libidinal. Esta heteronomía libidinal supone un sujeto de la inmanencia
del encuentro material con el otro,
antes que de una metafísica del Otro. Podríamos decir que el sujeto de la
potencia orgásmica en este encuentro piel-a-piel
con el otro es fundamentalmente ateo,
en el sentido de que es apático al Otro, o antes bien, desconoce al Otro como
un vinculo legítimo para el goce-del-ser.
El Otro se revela como un obstáculo para
este goce-del-ser, pues éste exige el
sacrificio del goce como condición de existencia en el marco de la elección
divina, de lo contrario esto supondría la exclusión del amor divino. En este
sentido, el ateísmo del sujeto del orgasmo se manifiesta como un desinterés
hacia ese vínculo trascendental, optando por el encuentro piel-a-piel con el otro
que también se manifiesta en su potencia orgásmica inmanente. Podríamos decir
que se trata de un ateísmo metafísico de Otro, para afirmar la inmanencia de la
vida que pulsiona a través de la potencia orgásmica en el encuentro horizontal piel-a-piel con el otro.
Sin embargo no nos encontramos con la
dicotomía ateísmo materialista versus teísmo metafísico. Muy por el contrario,
el sujeto capaz de gozar-del-ser
encuentra su asidero en el planteamiento místico del tántrika, pues se trata de una práctica del encuentro con la
divinidad desde el piel-a-piel con el
otro. Es en esa inmanencia material,
en esa unión orgásmica de fusión de los cuerpos deseantes donde se accede a la
trascendencia de Shiva y Shakti.
Sabemos que Osho fue uno de los
personajes más controvertidos del movimiento New Age y de la contracultura, y fue el quien popularizo el
neo-tantra en Occidente. Mientras que la administración conservadora de Ronald
Reagan propugnaba por la abstinencia sexual, en el lado opuesto estaba Osho con
su equipo facilitando catarsis neo-tántricas desnudos. El despliegue político,
mediático y jurídico liderado por el FBI contra Osho se encontraba en parte
motivado por verse amenazados lo intereses de grupos conservadores y
evangélicos.
Contrario a la visión conservadora de una
cruzada contra el ateísmo materialista marxista-leninista iniciado en la época
de macartur, la cruzada de Reagan fue en contra del ateísmo inmanente de Osho,
pues este amenazaba a las religiones establecidas a partir de una teología
inmanente donde ese Dios-Otro realmente se encontraba en uno mismo. El ateísmo
de Osho se resumía en: tu eres Dios, tu eres ese Otro. Esta íntima cercanía con
el Otro hacía del cristianismo evangélico una mera especulación metafísica con
visos de ficción. Osho logró instalar un ateísmo en el sentido marxista del
término; un ateísmo con respecto a los dioses que legitiman un orden social
injusto. De hecho, la opuesta revolucionaria fue la construcción de la Ciudad
de Dios, pero no del Dio Otro, sino una comuna donde todos y todas eran Dioses.