La insatisfacción sexual de las mujeres
Por Miguel Ángel Pichardo
Reyes
La moral sexual religiosa es un
dispositivo ideológico de extracción de la energía sexual. Tal como se ha
presentado históricamente, las normas morales en materia sexual han servido a
un orden socioeconómico opresor, caracterizado por el desprecio y odio hacia el
cuerpo, la sexualidad y las mujeres. Este orden moral ha propiciado el abuso y
la violación sexual a través de una serie de disciplinas (ascética) corporales
a los cuales son sometidos los hombres, las cuales tienen consecuencias
desastrosas en la constitución sexual del sujeto.
Pero aún más, el orden moral sexual
necesita de un ambiente cultural, un terreno fértil donde prosperar, ese
terreno fértil lo ha sido, desde hace más de 1,500 años, el cristianismo. Cabe
decir que fue el emperador Teodosio I quién diseño una política imperial basada
en la represión sexual, como una forma de extirpar en la subjetividad colectiva
el orden moral de la sexualidad pagana. Hasta ese momento lo sexual no había
estado en el centro de la espiritualidad y las teologías de las primeras
comunidades cristianas, muy por el contrario, los temas morales se encontraban
supeditados a la solidaridad con los pobres y excluidos, surgidos de una
experiencia viva y directa con el arquetipo del Salvador que se presentaba en
los múltiples evangelios que circularon durante los tres primeros siglos de la
era cristiana.
La década del 1390 fue fundamental en la
historia de la sexualidad de Occidente, pues fue ahí donde se implemento un
régimen de represión y persecución sexual llevada hasta extremos nunca
sospechados. A partir de ese momento la moral sexual teodiseana se incorporó
como parte de la teología moral católica, siendo en la actualidad la principal
fuente de represión sexual y el origen de una epidemia sexopática que ha
devenido en abusos, violaciones, feminicidios y miseria sexual.
Mientras los hombres han sido sujetos de
estas políticas de represión sexual religiosa, las mujeres han sido el objeto
de dicha represión, esto es, son los hombres quienes tienen el deber divino de
reprimir sexualmente a las mujeres para garantizar la pureza moral de la
familia, la Iglesia y la sociedad.
Las políticas sexuales que surgieron de
aquellas reformas morales de Teodosio I y sus continuadores, lograron anudar la
moral sexual religiosa a una moral que disciplinara los cuerpos en el ámbito
doméstico. De esta forma la familia se erigió como el principal garante de
dicha moral, aplicando una serie de dispositivos educativos y sancionadores que
durante más de 1,500 años han moldeado nuestra subjetividad colectiva.
Los efectos debastadores y perversos de
dicha moral se han dejado ver de a apoco, especialmente por una serie de
movimientos sociales que han visibilizado la negatividad ética de un orden
social e institucional injusto, que atenta en contra de la propia vida
pulsional del cuerpo. Aunque la política sexual se imponga desde los aparatos
ideológicos, es la familia donde opera dicha política sexual, de forma particular
a través de la educación moral que se ejerce sobre los cuerpos sexuados de sus
integrantes.
La familia son los ojos ideológicos del
gran Otro que se inmiscuye en los asuntos privados y personales de la familia.
La visión de un Dios todo poderoso, creador de todo lo visible y lo invisible,
que todo lo ve, lo juzga, lo condena y lo castiga, se establece como una
estructura superyóica y paranoica que opera biológicamente a través de la
inhibición, mecanismo al cual también estará sometido el psiquismo, productor
del lo inconsciente reprimido.
El objeto de esta triada tiránica:
política sexual, familia autoritaria, educación moral, será el cuerpo femenino,
pues es el garante patriarcal del patrimonio, en este caso, de la descendencia
a través de la cual podrá heredarse la propiedad privada, garantizando la
sobrevivencia genealógica del clan. El tema con todo esto es la negatividad
intrínseca de esta triada perversa; la sumisión sexual de las mujeres. La
paradoja que evidencia esto consiste en la doble moral sexual, pues mientras se
exhibe la pureza sexual de las mujeres de la familia, a su vez se abusa
sexualmente de ellas en el seno del secreto familiar.
Wilhelm Reich dirá que la represión
sexual tiene como objetivo formar sujetos sumisos y obedientes, esto es,
procurar la inducción de ciertos rasgos masoquistas en la población. Esta
sumisión sexual es lo que las feministas han denunciado como un orden
patriarcal de dominación sexual. La propuesta feminista y también
freudomarxista neoreichiana consiste en la emancipación sexual de los cuerpos
femeninos.
Desde un punto de vista psicosocial, la
represión sexual femenina ha traído consigo una serie de problemas emocionales,
mentales y sexuales que se han convertido en una pandemia sexopática: traumas
sexuales, represión, odio sexual, insatisfacción, culpa, vergüenza, suicidios,
autolesiones, baja autoestima, anorexia y bulimia, entre otros.
Ya Wilhelm Reich anunciaba lo que en la
actualidad la Psicoterapia Analítica Neoreichiana propone como una terapéutica
sexual basada en la emancipación de la moral sexual religiosa. Esto ha sido
sumamente difícil en nuestra sociedad, puesto que los modelos tradiciones de
familia autoritaria siguen estando vigentes, contando con todo el apoyo
ideológico de grupos conservadores y fascistas.
Muchas mujeres descubren este tipo de
sufrimiento subjetivo en su corporalidad sexuada a partir de la socialización
de su sexualidad. La escucha de insatisfacción y satisfacción sexual de otras
mujeres les ha permitido evaluar su condición sexual, muchas veces
invisibilizada y normalizada por un discurso masculino acusador, ya sea por una
pobre potencia sexual masculina, ya por un régimen de abstinencia sexual
autoimpuesta. Esta socialización ha llevado a muchas mujeres a realizar una
lucha sexual, pues se dan cuenta de que en ellas reside una potencia orgásmica
hasta ahora culposamente resguardada.
El hecho de que las mujeres hayan logrado
identificar la fuente externa de su malestar, desideologizando la
patologización normativa de la psiquiatría y psicologías a-críticas, ha
posibilitado la emergencia de una búsqueda colectiva del eterno femenino
proyectado en el arquetipo liberador de la Diosa y sus cultos lunares de
fertilidad.
El reto psicoterapéutico consiste, a
decir de Wilhelm Reich, en superar la moral sexual religiosa. Esto resulta
doblemente problemático si consideramos que las creencias religiosas a través
de las cuales se vehiculiza la represión sexual sigue siendo el mecanismo
generalizado de educación familiar. En este sentido se explicita la antinomia
que genera conflictos y culpas en las mujeres: ¿cómo seguir creyendo en un Dios
y una Iglesia que atenta en contra de mi misma naturaleza? ¿cómo es posible
sostener una serie de creencias que me llevan a la automutilación, la condena
espiritual y la degradación moral? ¿qué es esta suerte de castigo el haber
nacido mujer con un cuerpo sexuado? ¿será posible la redención desde este mismo
horizonte religioso o se podrá superar?
La Psicoterapia Analítica Neoreichiana,
intrínsecamente Sexoenergética, responde a este conjunto de preguntas de forma
afirmativa; sí es posible superar la moral sexual religiosa. Es posible
mediante un acto político fundamental: el ateísmo marxista. De acuerdo a la
interpretación de Enrique Dussel, el ateísmo marxista no es un ateísmo a secas,
muy por el contrario, el ateísmo marxista propone dejar de creen en el dios de
los opresores, una suerte de ateísmo de la religión de Estado o del Imperio.
Recordemos que los primeros cristianos fueron acusados de ateísmo por no rendir
culto a los dioses del Imperio.
El acto radical no es tanto dejar de
creer en Dios para sumergirse en un nihilismo, sino en negar la existencia del
dios del Imperio, el Estado y la Iglesia, de tal forma que la represión sexual
que se articula en sus creencias deje de tener eficacia. En este sentido
podemos hablar de un ateísmo terapéutico, un acto político de desobediencia de
las fuentes morales que oprimen la sexualidad.
quitemos estructuras sociales basadas en la moral religiosa
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