La
anticoncepción moral:
miedo y culpa sexual
Por Miguel Ángel Pichardo Reyes
La propia institución del matrimonio se
encuentra intrínsecamente orientada hacia la reproducción y la descendencia. La
limitación sexual del matrimonio nos la proporciona la capacidad del embarazo.
El miedo a dicho embarazo se instalará como la principal medida de
anticoncepción moral. Este anticonceptivo psicológico inhibirá la capacidad de
excitación, y con ello la restricción del placer. Por eso podemos entender como
este anticonceptivo psíquico tiene su eficacia pre-sexual, pues este miedo
mantiene a distancia la posibilidad del contacto físico, mucho más eficaz que
cualquier otro anticonceptivo, puesto que evita el contacto, requisito para no
pecar. Pero aún queda una pieza suelta, para la moral sexofóbica el pecado
surge de la propia mente, en particular, del deseo. Para esto la culpa fungirá
como un inhibidor intrínseco del deseo libidinal, apagando cualquier indicio de
“malos pensamientos”.
Tanto el miedo al embarazo como la culpa
del deseo libidinal, serán las formas como opera ideológicamente la moral
sexual religiosa. Estos dispositivos psíquicos producirán sus estragos en la
relación de pareja. Aun en la actualidad no es extraño constatar a un sinnúmero
de parejas que padecen de esta disminución erótica, y con ello la imposición de
un régimen de abstinencia sexual. Se trata de un régimen inconsciente
autoimpuesto que opera a través del miedo, la culpa y la vergüenza, los
principales enemigos de la excitación, el erotismo y el placer sexual.
Muchas parejas acuden a terapia debido a
la disminución del erotismo y la excitación, muchas de ellas sobrellevando un
régimen de abstinencia sexual. Muchas mujeres son sometidas a este tipo de régimen
de abstinencia por sus parejas masculinas. ¿Qué sucede con un hombre que somete
a su pareja a dicho régimen de abstinencia? Algunas causas inmediatas las
podemos catalogar bajo la categoría de estrés. Muchos hombres ven disminuidas
sus capacidades eróticas, excitatorias y sexuales debido a una sobre carga de
responsabilidades y a una presión debido a las demandas, ya sean económicas,
familiares, laborales o de salud.
El suministro de grandes dosis diarias y
sostenidas de glucocorticoides generan un efecto adverso en los centros
hipotalámicos del funcionamiento sexual, esto debido a que las moléculas de los
neurotransmisores asociados al estrés son antagónicos a los del vínculo sexual.
De esta forma los estresores psicosociales asociados a la explotación de la
fuerza de trabajo supone una forma de castración sexual, favoreciendo la
impotencia sexual en la intimidad. La explotación laboral de esta fuerza de
trabajo es canalizada en el capitalismo hacia la producción, y con esto
favoreciendo la generación de valor para quienes cuentan con la propiedad
privada de los medios de producción.
El capital requiere de esta fuerza de
trabajo sexual para producir excedentes y con esto ganancias. La fuerza de
trabajo, debido a la demanda con la que cuenta va disminuyendo de a poco las
reservas libidinales de hombre productivo. Y aquí embona perfectamente la
desexualización de la pareja como virgen y embarazada, lo cual legitima la
abstención sexual producida por la explotación de las reservas libidinales.
El régimen de abstención sexual favorece
al capital, porque dispone de ese excedente de fuerza sexual para ser invertido
como fuerza de trabajo en el proceso de producción del valor de las mercancías.
El hombre workoholico representa el
perfil ideal del capitalismo. Ahora el trabajo remunerado es la principal forma
de castración sexual. A mayor riqueza de las mercancías y de su consumo, mayor
la miseria sexual en el vínculo de pareja.
Sin embargo, más allá de la exploración
de la fuerza sexual como fuerza de trabajo, existen otras series de operaciones
ideológicas que se encuentran en la base de los regímenes de abstinencia sexual
masculina en la relación de pareja. Como hemos mencionado, el amor romántico es
otra de las formas culturales de castración sexual. El amor romántico y cortez
erige el respeto sexual al objeto de deseo femenino como garante de la pureza
sexual virginal, y con ello el incremento del valor moral de una mujer. El
“darse a respetar” sexualmente es una de las operaciones ideológicas que reivindica
el cuerpo sexuado “puro” como una mercancía de gran valor moral. El hombre
tendrá que desplegar toda su educación tradicional basada en los modales
medievales caballerescos para “darle su lugar” a la fémina doncella.
El disciplinamiento de los modales en las
relaciones intergenéricas basadas en la caballería da cuenta de ese “respeto”
irrestricto sobre la pureza física, erótica y sexual de la mujer. El deseo de
un “caballero” supone, implícitamente, el deseo conflictivo de la restricción
sexual y del anhelo de la desvirginización. Esta desvirginización conlleva la
degradación del valor sexual de la doncella, por lo que tendrá que ser
compensado con el esposorio. Sólo el vínculo matrimonial podrá devolverle su
valor de cambio sexual. Mientras que en la virginidad el poder residía en un
estado inmaculado, en la condición de esposa su valor depende de la posesión de
un amo.
De alguna forma el mito de la virginidad
le reconoce a la mujer el poder sexual que reside en su genitalidad, sin
embargo dicho poder tiene que perderse a través del matrimonio, el cual, aunque
le quita el poder le permite mantener su valor, pero ahora como esposa y madre.
El poder ahora residirá en su capacidad reproductiva en la sumisión en las
tareas del hogar y el cuidado de la prole.
Los cuidados que administra el novio
hacia la novia mantiene activa la represión sexual, la cual opera
ideológicamente como el aplazamiento del coito en la luna de miel. Dicho
aplazamiento no es sólo una promesa, sino que opera como un programa, un hábito
de autorestricción sexual que se prolongará en el matrimonio. El hombre
autocontenido no se liberará sexualmente en el matrimonio, al contrario, tendrá
que subsumir su fuerza sexual al trabajo para poder proveer de acuerdo al
status de la propia clase social de pertenencia.
El poder sexual de hombre se ve revestido
y sustituído por su capacidad de trabajo y de poder adquisitivo. De aquí que en
el amor romántico sea común escuchar el deseo por un hombre trabajador, esto
es, un hombres autocontenido sexualmente, capaza de reprimirse para orientar su
fuerza sexual a la fuerza laboral en función del capital y del rol de proveedor
dentro de la familia. No es extraño que el hombre workoholic sea un hombre
romántico, que busca a un doncella a quien desvirginar para establecer una
familia tradicional. El efecto secundario es el régimen de abstinencia sexual y
la histerización de la pareja femenina.
La lógica caracterial del hombre
proveedor que establece un régimen de abstinencia sexual se caracteriza por una
serie de rasgos masoquistas de sumisión laboral que se manifiestan como una
“queja patológica” de la sobre carga de estrés y de responsabilidades
económica, lo cual justifica su abstinencia sexual. El otro aspecto común es la
acusación, una forma de responsabilizar a la pareja femenina de su bajo deseo
sexual: engordaste, ya te cuidas, no me excitas, no me atraes, etc. La queja y
la acusación forman parte de los rasgos caracteriales de un masoquismo
colectivo. La sumisión y la queja frente al amo combinados con la acusación
hacia la pareja, conforman un complejo masoquista sexolaboral que mantienen y
justifican el régimen de abstencionismo sexual.
Esta posición masoquista en la relación
de pareja se empareja con la posición histérica de la mujer. La locura por
histeria sexual que asalta a la mujer opera como un agravante en los conflictos
sexuales de pareja, llevando el déficit sexual al campo de las relaciones
emocionales. Esto es, detrás de los conflictos emocionales de pareja se esconde
el régimen de abstención sexual. Las peleas acaloradas, los reclamos de la
mujer hacia su pareja masculina de falta de contacto sexual, de la disminución
del erotismo y el placer, y con ello la queja de un rechazo sexual, son sólo la
punta de iceberg de estos complejo sexuales no resueltos.
muy bueno !! estoy aprendiendo información nueva que desmantela el cartel de creencias religiosas en cuanto a la sexualidad y también se va gestionando esa energía hacia el trabajo y al final nos culpamos unos a otros. pienso yo
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